Hay fascismos y fascismos. Está el fascismo clásico, el de los fascisti de Mussolini o de los FE-JONS en España. El de Mussolini, considerado de pura cepa, fue el invento de un socialista, miembro destacado del partido socialista italiano, autor de inmortales obras como Trento Visto por Un Socialista, y (¿quién lo hubiera dicho?) muy dado a denunciar "agresiones y aventuras imperialistas" en un país africano llamado Libia, en ese entonces amenazado por las fuerzas italianas. Ese pintoresco personaje, luego de ser expulsado del partido socialista por discrepancias menores y básicamente coyunturales, y ya con evidentes ambiciones dictatoriales, funda su propio partido, de corte revolucionario y ultranacionalista, cuyo eslógan bien pudiera haber sido Todo por la Patria, o lo que a efectos prácticos es lo mismo, La Patria Ya Es De Todos. Pasa el tiempo: la oposición es brutalmente aplastada, los límites constitucionales que restringen el poder del Duce abandonados, los medios convertidos en voceros del Regimen, se erige un sistema en el que el Estado está en el centro, y los individuos son meramente siervos de este todopoderoso Estado. Es decir, la esencia del fascismo clásico reside en un colectivismo a ultranza. El elemento brutal, violento, represor, también se hace patente: cualquier líder fascista que se precie debe, como mínimo, dedicarse a encarcelar y a enjuiciar a opositores, aunque dichos opositores no hayan hecho más que gritar en la calle.
Lo que nos lleva al fascismo, digamos, en sentido popular. He visto más de una vez en algunos foros de discusión la queja de que el término fascista ha perdido prácticamente cualquier valor descriptivo: ahora sirve como insulto polivalente apto para dirigirse a cualquiera con el que no estamos de acuerdo en temas políticos. Entiendo esta queja, pero creo que es exagerada. Puede ser que la mayoría de los comentaristas usen este término sin propiedad y con gran ligereza; sin embargo, aun en tales casos no creo que esté vacío de carga semántica. Para el vulgo, el fascista no es necesariamente quien comulgue con el ideario de Mussolini o Franco o Oswald Mosley; es simplemente cualquier persona que tenga tendencias dictatoriales (a menos que simpaticemos con esas tendencias, por supuesto). No sería difícil aportar evidencias para tal interpretación, pero aunque esté parcialmente errada, o insuficiente, creo que sirve para el caso, pues adonde voy con esto es a plantear que ese tal Marcos Luis Sovenis, que el otro día le gritó "fascista" a Correa, no pretendía dejar sentado un riguroso y sesudo análisis de la tendencia ideológica del Primer Mandatario, pero que tampoco era cuestión simplemente de insultar por insultar, pues en tal caso hay locuciones más consagradas y que vienen más a mano, sobre todo aquéllas que ponen en tela de juicio la maternidad del sujeto que nos molesta. Lo que creo que quería dar a entender el tal Sovenis, es que según su confuso entender, el Presidente era un hombre autoritario, hasta con tendencias dictatoriales. Digamos, que era ese tipo de persona que cuando le insultan en la calle, en lugar de hacer lo decente que es devolver el insulto, aumentándole la gracia, manda agredir brutalmente al insultador, y luego, valiéndose de leyes decimonónicas, insiste en enjuiciar al desafortunado sujeto.
La respuesta de Correa, claro, toda una lección de fascismo en ese segundo sentido, digamos, popular. Lo que hace urgente la pregunta: si te llaman fascista y tu respuesta demuestra que el término te queda que ni pintado, ¿se puede luego quejarse uno de haber sido insultado?
PD Creo que fue allá por el año 1985. La Primera Ministra del R. hUnDido, una tal Margaret Thatcher, estaba de visita en la ciudad de Chester, donde yo habitaba en ese entonces. Cuando ella se disponía a entrar en unos conocidos almacenes de la ciudad, rodeada como es lógico de una gran muchedumbre y de su séquito, con guardias de seguridad (se supone), a un tipo que se encontraba a una distancia de unos cuatro ó cinco metros nomás se le ocurrió gritar a pleno pulmón: Bastard! (aprox. hija de la grandísima), La respuesta de la Thatcher fue esbozar una sonrisa un tantico forzada, se diría que levemente siniestra... y continuar en su camino. Ni ella ni su séquito hicieron nada. ¿Para qué, si las palabras no rompen la piel? De todo lo cual puedo dar fe, pues en ese caso el gritón resulta que fui yo. (Esto para aquellos ilusos que creen que "en cualquier país del mundo" la oposición se aplasta a base de amenazas, patadas en los riñones y juicios. Que salgan y vean un poquito de mundo.)
Juan Pablo Ramirez Garcia
Electronica de Estado Solido
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