miércoles, 9 de febrero de 2011

El Fascismo islámico y lo siniestro

La continua cooperación, por medio de la agudización del antagonismo entre la extrema derecha occidental y el fundamentalismo islámico, es un ejemplo notorio de la naturaleza fascista de gran parte del movimiento integrista islamista actual. El hecho es que se retroalimentan mutuamente, a través de provocaciones perfectamente dirigidas a elevar, hasta el paroxismo, una escalada de enfrentamientos y tensiones entre un occidente supuestamente cristiano y la totalidad del mundo islámico.
La actual crisis con Irán es un buen ejemplo de ello. En este caso, hay incluso coincidencia de opiniones: la negación del holocausto judío.
La expresión "fascismo islámico" fue popularizada por F. Fukuyama, un personaje controvertido, mucho menos interesante que la celebridad que ha alcanzado, pero más sugerente que lo que reconoce el mundo académico europeo. Aunque difiero mucho de gran parte de las tesis de Fukuyama, sobre este asunto, creo que el núcleo central de la propuesta es acertada: el integrismo islámico es un movimiento político equivalente, en el ámbito de la cultura islámica, al que ha supuesto el fascismo en la cultura cristiana y occidental.
Que existan equivalencias no significa que haya, obviamente, una identidad total e intercambiable, pero existen equivalencias, políticamente muy potentes. Señalemos algunas:
1. Movimiento de masas, populista, reactivo contra la modernización y la democracia, supuestamente crítico con un orden social injusto.
2. La reacción contra la modernización se hace por medio de una aparente involución premoderna de reconstrucción de una "comunidad originaria pura" tradicional (la unma islámica / la nación aria nazi), basada en la sangre, la identidad o la religión.
3. El integrismo islámico es un movimiento totalitario que abarca todo los ámbitos de la existencia social, configurando la teocracia como una teología política del mismo cariz que la teología política nazi de un K. Schmitt. El islamismo integrista no es un movimiento teocrático, sino teológico, disfrazado de teocracia. La teocracia no es moderna, la teología política sí.
4. El rechazo y el combate contra la democracia y el Estado de Derecho y a favor de sistemas políticos xenófobos y autoritarios (el odio y la obsesión homófona, el antijudaismo).
5. Comparten una estética y una mística de la violencia y el sacrificio,
6. A pesar de la aparente reacción involutiva, los medios y la organización usados por el integrismo islámico son extremadamente modernos.
7. El integrismo islámico se oferta como un movimiento antisistema, pero tiene una dirección y orientación muy conservadora y reaccionaria, controlada por las clases dirigentes árabes.
8. En este sentido funciona – al igual que el fascismo occidental – como una especie de mecanismo homeostático, contra las transformaciones democráticas e igualitarias. Recoge todas las quejas y las demandas de justicia de los pueblos islámicos contra occidente, para legitimar un movimiento reaccionario que profundiza aún, más, en la injusticia y la opresión.
9. Tiene una orientación patriarcal, con una economía libidinal, basada en la austeridad y en el antihedonismo y el antiindividualismo, muy represiva.
10. Existe una clara similitud en la génesis del fascismo europeo e islámico: ambos son demonios que se niegan a volver a la botella, ante las ordenes de la "derecha civilizada" que los saco a pasear para asustar y hacer el trabajo sucio. Así ocurrió en Alemania y en Italia. Y ahora le ocurre a Estados Unidos y a Arabia Saudí con el fundamentalismo islámico.
Ambos movimientos comparten, pues, una misma condición de "hijos monstruosos".
11. Una última equivalencia reside en la funcionalidad conflictiva que el fascismo adquiere, tras su emancipación del control de sus protectores originales. La guerra contra el fascismo, en el siglo XX, y la guerra contra el terrosismo islámico es un potente instrumento de desarrollo del dominio del complejo militar industrial, de disciplinización de la conflictividad social y de alienación de la protesta y la rebelión.
Estas once notas creo que reflejan los parecidos que justifican la caracterización política del integrismo islámico como "fascismo islámico". Ya sé que muchos podrían oponer otras nueve notas mostrando las diferencias. Entre estas diferencias se alude a la inconmensurabilidad cultural o civilizatoria (curiosa paradoja en la que incurren quienes así argumentan, pues acaban desembocando en la posición más indeseable: el choque de civilizaciones) entre el occidente cristiano y el mundo musulmán. Pues, aunque yo niego que exista ninguna inconmensurabilidad entre culturas, ni civilización alguna (los ecologistas negamos esta inconmensurabilidad, incluso con los animales y el resto de la comunidad biótica, con lo cual, mucho menos dentro de la especie humana) creo que, en este caso, es especialmente erróneo. El islán es más occidental que el cristianismo. Todas las religiones del Libro pertenecen a un mismo tronco cultural tamizado por Grecia y Roma. El islán, por ejemplo, es más griego y aristotélico que el cristianismo. Los enfrentamientos históricos entre cristianismo, judaísmo e islán se producen más por la enorme similitud y cercanía entre estas tres religiones que por las diferencias.
El islán es "el otro" de occidente. El otro construido y representado como siniestro, en el sentido que Freud daba a este término: aquello reprimido y terrible que, al mismo tiempo, es familiar y propio. La imagen del islán, en occidente, hace mucho tiempo que es representada como el doble siniestro de la misma cultura occidental. De manera aparentemente chocante, el fascismo islámico ha construido su discurso sobre esta imagen siniestra del islán cumpliendo, así, el papel asignado por sus creadores: las potencias occidentales (especialmente USA y el Reino Unido) y la secta wahabita, dominante en Arabia Saudí. Hay tanta distancia entre las diversas culturas islámicas y el fascismo islámico, como la hay entre la pluralidad de las culturas cristianas y el nazismo. ¿Implica, todo esto, que no hay ninguna conexión significativa entre el fascismo islámico y el islán? Por supuesto que no. Hay vínculos profundos con la religión y la cultura islámica, al igual que también los hubo entre nazismo y el catolicismo. Pero estos vínculos no agotan ni explican, causalmente, el nuevo fenómeno, ni pueden reducir la formidable diversidad de experiencias y posibilidades, tanto del cristianismo como del islán. ¿Cómo entender, sino, que la religión del amor de los místicos medievales sea reducida a los campos de concentración? ¿O que el hedonista y tolerante islán de al-andaluz se identifique con la estúpida y obsesiva entronización de la violencia y el martirio de al-Quaeda?
La clave ideológica de la convergencia entre el fascismo occidental y el islámico hay que buscarla, tal como hemos indicado al principio, en la teología política que comparten ambos movimientos. La teología política es un producto exclusivamente moderno. Antes del primer proceso de secularización, lo que existía era política teológica o teocratismo, pero en ningún caso un intento de fundamentar políticamente la teología (es decir, un conjunto impenetrable, incomprobable y heterónomo de creencias fundadoras y fundamentadoras). Esto se encuentra ya en Kant, cuando la existencia de Dios es una idea de la razón práctica, de tal forma – y no al contrario, como ocurría en la ontoteología tradicional medieval – que es la ética y la política (lo social) las que producen la idea de Dios, como condición de posibilidad para que todo la restante producción social se asiente sobre la idea de Dios, como idea y fundamento incondicionado: producir (fundary fundamentar) aquello que nos fundamenta. Un juego tautológico que, en la brillante desnudez de la obra de Kant, nos dota de una perspectiva de vértigo, insoportable para las formas de poder que, por su majestad o por su santidad, encuentra el vacío que esconde tras el derecho divino de los reyes y el derecho natural de las leyes.
La teología política fascista (occidental e islámica) es una reacción de cierre de este vacío, por medio de la acción (la violencia redentora) y la sumisión (la reconstrucción amañada de nuevas instituciones que se presentan como tradicionales).
Detrás de todo esto, se esconde la continuidad de las formas de gestión de la dominación y de legitimación de la desigualdad. El miedo insoportable a la libertad, a la autonomía, a la igualdad y a la democracia. Por ello, el discurso fascista se construye contra el liberalismo, el republicanismo, el socialismo, el feminismo; ya sea en la versión de las democracias decadentes de entreguerras o de los regímenes degenerados e imperialistas del occidente capitalista actual. Pero lo terrible del fascismo es que comparte su núcleo duro ideológico con el capitalismo globalizado.
Por eso es importante la caracterización política, más allá de disquisiciones más o menos académicas, del integrismo islámico como fascismo, para que todos los que desean rebelarse contra este capitalismo globalizado – tanto en el interior de occidente como en el exterior -, de la pobreza y la marginación, identifiquen bien al enemigo. Al-quaeda es tan enemiga de la libertad y de la justicia como el capitalismo globalizado. Bush y Bin Laden, La Alianza con la cultura islámica, en la lucha contra el fascismo islámico, es un objetivo central.
La lucha contra el fascismo islámico en Europa, donde pretende provocar una guerra civil religiosa entre las poblaciones musulmanas de origen emigrante y la población no islámica, debe ser un objetivo de la izquierda alternativa y de la ecología política, como lo es la lucha contra el capitalismo globalizado, la derecha xenófoba y racista o el imperio USA.




Juan Pablo Ramirez Garcia
Electronica de Estado solido

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